Disciplina

Para los estoicos clásicos, la disciplina, junto con la justicia, el carácter y la sabiduría, era una de las cuatro principales características que tendría que tener el hombre.

Y es que se dice que fallar en los pequeños actos es el preludio de la traición en los grandes. Que cada concesión que realizamos, por mínima que parezca, es una erosión diminuta en la piedra que permitirá la aparición de una grieta.

Y ya se sabe. Después de una grieta, se viene abajo el muro entero.

La disciplina no es algo que nazca de una orden o de un decreto; no es un ordeno y mando. La disciplina se cultiva día a día y con el tiempo; con la firmeza del carácter y la constancia. Es la aplicación práctica de la palabra dada, pero sin un valor ilimitado.

Porque si algo aprendes es que incluso el juramento más solemne depende de lo justa que sea esa causa, y ninguna promesa puede sostenerse si una de las partes no decide llevarla a cabo. No existe pasión descontrolada que no aprenda a doblegarse ante la disciplina, ni impaciencia que el tiempo no logre domar.

Hemos llegado al ecuador, y proseguimos el viaje hasta su final.