Hogar
Cuando te largas fuera es
cuando de verdad aprendes a medir las ausencias. Lejos de todo, descubres qué
es lo que pesa, qué es lo que falta y qué es lo que, sin saberlo, te sostenía.
Es al volver cuando lo
entiendes del todo: puede que afuera estés a cinco grados con un frío de mil
demonios, que el viento corte la cara o que el invierno se empeñe en quedarse, pero al cruzar la puerta de casa, hay un calor distinto; uno que no marcan los
termómetros y que no existe en ningún otro lugar. Es el calor del auténtico
hogar, el que se mete bajo la piel y te recuerda quién eres.
Los de esta parte del mundo
siempre hemos llevado una canción icónica por bandera. Tal vez hoy la sienta
más mía que nunca, porque resume lo que somos y de dónde venimos. Da igual
adónde me lleve la vida, los caminos que tome o los horizontes que se abran: sé
que aquí nací y aquí quiero quedarme; aquí está mi hogar, donde se acaba el
mar.
Justo donde se acaba el mar
y empieza todo lo demás.
Hogar, dulce hogar.
